José Moreno, nace en Bolivia, donde el Amazonas traza una imperceptible línea fronteriza con Brasil, suyos son, desde que abre los ojos, los verdes desbordantes, las lianas, las flores lujuriosas, las hojas brillantes donde la luz inventa prismas insospechados y las aves, la de plumaje colorido y cantos estentóreos. Ese es el escenario primigenio que desde sus refugios en Cuernavaca o en París, vacía en grandes lienzos vibrantes de luz y color.

Así, con su equipaje de selvas, Moreno se ha abierto paso por las ciudades del mundo, ha expuesto en París, San Paulo, Nueva York. Sus lienzos visten los muros de museos, o de grandes coleccionistas de todas las latitudes. Tiene amigos en Puerto Rico, Francia, México, en todas partes. Este boliviano, ciudadano del mundo, no persigue la fama o los reconocimientos. Pinta porque la pintura le es tan natural como el respirar. No se pierde en innecesarias bohemias, o por las complicadas filosofías del conceptualismo.

Con su obra nos muestra que el arte plástico se hace con las manos, con el alma y con oficio, lo que resulta indudablemente refrescante entre tanta instalación y abstraccionismo, ?Sólo soy un naturalista?, dice, como si fuera poco importante esa capacidad suya de convertirse en adalid, en defensor de la naturaleza, más aún si pensamos que esta obra se genera en un momento en que el hombre parece empeñado en destruir y destruirse en aras de un consumismo desmedido, de un afán de poder y posesión.

Tal parece que este pintor, único en su género, nos permite atisbar en sus lienzos, un paraíso perdido, anterior al hombre, o al menos anterior al momento en que el hombre decidiera someter a la naturaleza a su arbitrio.

Extraido del comentario escrito por
María Gabriela Dumay